Nelson Mandela estuvo preso de manera injusta, salió de la cárcel y llego a convertirse en presidente de Sudáfrica, entoces cuenta uno de los momentos más reveladores de su vida. Esta historia de vida me ha marcado con un gran mensaje de humildad y liderazgo que hemos querido compartir con todos ustedes
“Un día invité a mi escolta a almorzar en un restaurante. Mientras esperábamos la comida, vi a un hombre sentado solo, en la mesa de enfrente.
Le pedí a uno de mis soldados que lo invitara a unirse a nosotros.”
El hombre aceptó la invitación, se acercó con su plato… y se sentó junto a Mandela.
Pero algo llamó la atención de todos:
sus manos temblaban sin parar, comía sin levantar la mirada y apenas podía sostener los cubiertos. Cuando el almuerzo terminó, el hombre saludó en silencio y se marchó rápidamente. Uno de los soldados comentó:
— “Madiba, ese hombre debe estar muy enfermo… sus manos no dejaban de temblar.”
Mandela respondió con calma:
— “No, no está enfermo. Ese hombre fue el alcaide de la prisión donde yo estuve.”
— “Después de torturarme, cuando yo lloraba pidiendo agua, él vino… se burló de mí… y en lugar de darme agua, se orinó en mi cabeza.”
El soldado quedó en silencio. Mandela continuó:
— “Él no temblaba por enfermedad. Temblaba por miedo, miedo de que ahora yo, presidente, quisiera vengarme. Pero yo no soy así.” Y concluyó con una de sus enseñanzas más grandes:
“Las mentes que buscan venganza destruyen estados. Las mentes que buscan reconciliación construyen naciones. Cuando caminé hacia mi libertad, entendí que si no dejaba atrás la ira, el odio y el resentimiento… seguiría siendo un prisionero.”